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Museo Roca - Instituto de Investigaciones Históricas

¿Qué es el modelo agro exportador y por qué transformó a la economía argentina?

En el último tercio del siglo XIX, Argentina inició una nueva etapa de desarrollo económico conocido como el modelo agro exportador, fuertemente vinculada a la expansión del capitalismo mundial y la ampliación del comercio internacional. Así, la economía argentina orientó su producción agraria tanto en ganadería como en agricultura.

En el último tercio del siglo XIX, Argentina inició una nueva etapa de desarrollo económico, fuertemente vinculada a la expansión del capitalismo mundial y la ampliación del comercio internacional. Para este período, en el mundo occidental comenzaba una segunda fase del proceso de desarrollo industrial, que tendría como protagonistas a las grandes potencias europeas (Francia, Alemania e Inglaterra) y a los Estados Unidos. 

Asimismo, el auge de los medios de comunicación y del transporte —como el ferrocarril y el barco a vapor— fueron piezas centrales para el proceso de expansión. Las mejoras técnicas en el transporte de ultramar, por ejemplo, permitieron el abaratamiento del traslado de bienes, hecho que facilitó y potenció el comercio internacional, haciendo que los países industrializados pugnaran por la colocación de los excedentes de su producción industrial, y a la vez, expandieran la demanda de materias primas y alimentos.

América Latina, una fábrica agropecuaria

Mientras tanto, en el marco de la división internacional del trabajo, Argentina, como otros países de América Latina, África, Asia y Oceanía, lograban integrarse a este gran mercado mundial como productoras de bienes agropecuarios y receptoras de productos manufacturados, capitales extranjeros y mano de obra excedente. De esta manera, la economía argentina orientó su producción agraria para satisfacer la demanda de los mercados externos, tanto en ganadería como en agricultura.

Esta etapa, que comprende las últimas décadas del siglo XIX y la crisis internacional de la década de 1930 —con un marcado paréntesis en 1914, durante el estallido de la Primera Guerra Mundial—,
es conocida en la historia económica argentina como el periodo del modelo agroexportador y constituye uno de los ciclos de mayor crecimiento del país.

(Caricatura de Roca llegando a la presidencia. Año 1879).

Roca y el modelo agro exportador

La llegada de Julio A. Roca a la presidencia en 1880 permitió colocar los recursos del Estado al servicio de la expansión de la economía rural y el comercio internacional. Las innovaciones técnicas que se suscitaron durante estos años, junto a la incorporación de nuevas tierras como consecuencia de las campañas militares ayudaron a impulsar una veloz transformación de la actividad agropecuaria. Durante el primer mandato de Roca el Estado se conformó en un auténtico desarrollador de la economía al alentar, por un lado, la inversión extranjera, principalmente de capitales británicos, y por el otro, al financiar —mediante contratistas privados— un amplio plan de obras públicas. La sanción de una ley de sistema monetario reflejaba la decisión del gobierno de asegurar cierta estabilidad cambiaria ligando la moneda al respaldo del oro.

La atención puesta en la modernización de la infraestructura, como la construcción de un nuevo puerto de Buenos Aires, el Hotel de Inmigrantes o la extensión de vías férreas, fue clave no solo para el crecimiento de las exportaciones e importaciones, sino también para la recepción masiva de inmigrantes, que se incorporaron rápidamente a la actividad económica.

El cuestión de la tierra

Con el objetivo de adaptarse a los requerimientos de la demanda internacional, Argentina debió solucionar el problema del suelo, ya que durante buena parte del siglo XIX, el territorio nacional era un terreno fértil de disputas. Además de diversos conflictos limítrofes con otros países, como se sabe, una extensa porción de tierra no se encontraba bajo dominio efectivo del Estado.

Esta búsqueda de nuevas tierras permitió la expansión ganadera —principalmente la del ganado ovino— y aceleró los cambios de política hacia los pueblos indígenas que habitaban los territorios del sur de la provincia de Buenos Aires, San Luis, Mendoza, La Pampa, Neuquén, Rio Negro y el resto de la Patagonia. Hacia el norte, Santa Fe, Santiago del Estero, Chaco y Formosa también se encontraban mayormente habitadas por pueblos originarios.


(Clasificando lanas. Año 1902. Foto: Archivo General de la Nación).

Así, hacia 1870, se puso en marcha una estrategia bélica ofensiva para conquistar estos territorios. A través de varias campañas militares, el Estado argentino incorporó miles de hectáreas de tierra al mercado. Se calcula que, en el caso de la llanura pampeana, para 1890 fueron anexados unos 400 mil km2. La cuestión de la tierra, su comercialización y su puesta en producción, se abordó mediante dos mecanismos.

Por un lado,
el Estado, habiéndose apropiado de grandes extensiones de tierra, las ofreció a la venta mediante subasta pública. Éstas tierras fueron entonces adquiridas por particulares que pronto se consolidaron como un sector terrateniente de influencia.

Por el otro, el Estado utilizó también estos terrenos para atraer capitales y garantizarse inversiones extranjeras que desarrollarían la infraestructura necesaria para abaratar los costos del transporte de bienes. Así, empresas colonizadoras de telégrafos y de ferrocarriles, obtuvieron concesiones de tierras públicas que, a veces pondrían en efectiva producción, y otras simplemente venderían al mejor postor. 

De esta manera, se fueron generando las condiciones necesarias para la conformación de un mercado moderno de tierras. 

De la fiebre lanar a la impronta vacuna

Conforme a las demandas del mercado internacional, la matriz productiva ganadera argentina sufrió diversos cambios a lo largo del período. Hasta mediados del siglo XIX, la producción ganadera destinaba por un lado carnes para abastecer al mercado interno —principalmente a Buenos Aires, Rosario y Córdoba— y  por el otro, exportaba tasajo, cueros, sebo y grasas. Para este tipo de producción no se requerían animales de gran calidad, y se empleaba un ganado vacuno rústico.

Hacia 1840, el requerimiento internacional de lana hizo que el ganado ovino desplazara en importancia y rentabilidad al vacuno. La expansión del ovino continuó en la década de 1860, produciéndose una verdadera "fiebre del lanar". Para 1865, la lana se había convertido en el principal producto de exportación de la Provincia de Buenos Aires y también del país. En 1881, representaba el 54,8% de las exportaciones totales, mientras que el cuero vacuno rondaba el 15,8%, el tasajo el 4,5% y el sebo y la grasa el 2,5%.


(Ganado bovino preparado para ser embarcado. Foto: Archivo General de la Nación).

El predominio de la ganadería ovina fue decisivo en la región pampeana, en donde las mejores tierras, ya sea por su calidad y/o cercanía portuaria, estaban destinadas a dicha producción. Sin embargo, para finales del siglo XIX, el desarrollo del frigorífico desató otro boom exportador. Los primeros ensayos de esta nueva técnica estuvieron a cargo del ingeniero francés Charles Tellier que, en 1872, mediante una planta refrigeradora de compresión de amoníaco, había logrado mantener carnes frescas enfriadas a una temperatura de 0º.

Luego,
en 1876, arribó al puerto de Buenos Aires el primer buque francés —bautizado Le Frigorifique— con un cargamento de carne bovina enfriada que había sido faenada tres meses antes. Si bien se encontraba en buen estado de conservación, el sabor resultaba un tanto desagradable.

Bajo el modelo de Tellier se incursionó entonces en un nuevo procedimiento: el método de congelación “Carré-Julien”, mediante el cual se empleaban temperaturas menores a 0º —hasta -20º y -30º en algunos casos—. En 1877, arribó al país una nueva embarcación francesa —Le Paraguay— con un cargamento de carnes congeladas bajo esta nueva técnica. Informes de la época consignaron que al descongelarse las carnes mantenían el mismo aspecto y sabor que el de un animal recién faenado.

(Carnes congeladas argentinas expuestas en la ciudad de Londres. Foto: Archivo General de la Nación).

En 1883, capitales ingleses invirtieron en Argentina para instalar plantas frigoríficas, como la River Plate Fresh Meat Company, que se instaló en Campana. Así mismo, tres años después, se inauguró en Zárate el establecimiento Las Palmas Produce Company, también de capitales británicos.

En esta etapa, los frigoríficos demandaban carne ovina por ser de mejor calidad y porque el reducido tamaño de las reses, comparado con el rodeo vacuno, facilitaba su congelamiento. La valorización de la carne ovina implicó también la valorización de ciertas razas. En función de una mayor productividad de carne y lanas de mayor longitud, la raza Lincoln se impuso ante la Merino.

Hereford y Aberdeen Angus, las nuevas razas

Sin embargo, a comienzos de la década de 1890, como consecuencia de diversas medidas proteccionistas en Europa, el precio de la lana se redujo a la mitad. Frente a este panorama y por los propios cambios de rumbo en la demanda internacional – aunque también del mercado doméstico– , se produjo una expansión del ganado bovino. 

(Ganado vacuno raza Hereford. Foto: Archivo General de la Nación).

El rodeo disponible hasta entonces era de raza criolla, de buena aptitud para la exportación de cueros pero de muy baja calidad en lo referente a la carne. Para producir carnes mejores, que se adaptaran al gusto europeo, se introdujeron nuevas razas vacunas, como la inglesa Hereford y la escocesa Aberdeen Angus.


(Toro raza Aberdeen Angus. Foto: Archivo General de la Nación).

Estas iniciativas para el refinamiento del ganado vacuno fueron impulsadas por un núcleo de grandes productores propietarios de tierras. Este sector también promovería mejoras edilicias de las estancias, como la incorporación de galpones utilizados para la cría de animales puros, el cercamiento mediante alambrados y la construcción de depósitos de maquinaria y espacios de almacenamiento del forraje. Las antiguas y tradicionales estancias comenzaron a transformarse en empresas rurales de alta capacidad y especialización productiva.

La expansión de la agricultura

Por su parte, durante los años del cambio de siglo, la producción agrícola creció a un ritmo notable. Esta expansión fue posible gracias a la introducción de nuevas formas de transporte y comunicación que permitieron abaratar los costos de traslado y facilitar la exportación de cereales a los mercados europeos. En menos de cincuenta años la superficie sembrada con trigo, maíz, lino, avena y cebada había crecido más de sesenta veces. Entre 1872 y 1895, Santa Fe encabezó el movimiento expansivo al poseer la mayor superficie sembrada de trigo y lino. Buenos Aires, por su parte, concentró la mayor expansión del maíz, seguida por Córdoba y Entre Ríos.

La incorporación de nuevas tecnologías como sembradoras, trilladoras, cosechadores y el uso del alambrado dieron a su vez un fuerte impulso a la actividad. Entre 1909 y 1913, Argentina ya era el segundo exportador de cereales del mundo, sólo superado por Rusia.


(Hombres de campo. Foto: Archivo General de la Nación).

En vísperas de la Gran Guerra, la agricultura había desplazado a la ganadería como fuente principal de las exportaciones argentinas. Este crecimiento de la exportación, como consecuencia, trajo aparejada la necesidad de mano de obra, atendida en los distintos flujos migratorios del período, tanto de ultramar como de países limítrofes, o de las provincias del país.

Este proceso tan vertiginoso resultó en una novedosa forma de ocupación del territorio: el establecimiento de colonias, que consistía en la entrega de tierras, herramientas de trabajo, semillas y alimentos a familias inmigrantes para que produjeran productos agrícolas exportables. El experimento resultó muy exitoso en las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Vale aclarar, que en muchos casos, la oferta de tierras a los  “colonos” no era efectiva, pues las mismas pertenecían a grandes terratenientes; en dichas ocasiones, estas familias migrantes debían trabajar bajo el sistema de aparcería y arriendo.

(Exterior de un molino y elevadores de granos. Año 1903. Foto: Archivo General de la Nación).

En lo que respecta a la expansión productiva por fuera de la llanura pampeana, desde mediados del siglo XIX, se destacó la producción azucarera en Tucumán, Jujuy y Salta, la producción vitivinícola en Mendoza y San Juan, la producción frutícola en las provincias del sur, la producción tabacalera y de yerba mate en Misiones y Corrientes, y la explotación forestal y extracción del tanino del gran Chaco. Todas ellas destinadas al consumo interno, fomentado por el aumento demográfico del país.

Las zonas que no contaban con productos rentables de este tipo tendieron al estancamiento. Tal es el caso de las provincias de Catamarca, La Rioja, San Luis, Santiago del Estero y Formosa. La producción artesanal local, a su vez, se vio muy perjudicada por las políticas librecambistas; el ingreso de productos manufacturados —principalmente textiles— representó un gran escollo para dicha producción. Si bien este período implicó un enorme crecimiento para Argentina, como puede observarse, en algunas zonas provocó un aumento de la desigualdad. 

El gran paréntesis

La Primera Guerra Mundial supuso un paréntesis en este proceso de crecimiento sostenido del modelo. El estallido del conflicto bélico implicó el fin de una etapa de expansión del mercado mundial de productos primarios. La protección comercial implementada por los países europeos en guerra hizo que se obstaculizara tanto la exportación agraria como la importación de bienes manufacturados.

Asimismo, la conflagración produjo una desaceleración de la la inversión de capital, principalmente por parte de Inglaterra, que para entonces constituía un factor clave del sistema crediticio para la movilización de la producción agropecuaria.


(Cargando cereales en los vagones. Año 1914. Foto: Archivo General de la Nación). 

El primer año de desarrollo de la guerra hizo disminuir las exportaciones hacia Europa en un 30%, mientras que la producción agrícola se redirigió hacia los Estados Unidos. Tras la guerra, Argentina recuperó la senda de crecimiento, aunque a tasas algo inferiores que durante el período iniciado a finales del siglo XIX.

Bibliografía 

Si querés profundizar sobre este tema, te recomendamos las siguientes lecturas:

  • Barsky, Osvaldo y Gelman, Jorge. Historia del agro argentino. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo Mondadori, 2001.

  • Cortés Conde, Roberto. El progreso argentino. 1880-1914. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1979.

  • Hora, Roy. Los terratenientes de la pampa argentina. Una historia social y política 1860-1945. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2015.

  • Sabato, Hilda. Capitalismo y ganadería en Buenos Aires. La fiebre lanar, 1850-1890. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1989.

*Por Melisa Aita Camps